Un diario

Dime a quién persigues y te diré quién eres

Red velvet oil painting

Buscamos lugares como este cuando sufrimos. Lugares que nos hacen sentir que pertenecemos a algo. Que parecen prometer que sí: la lucha vale la pena y que mañana saldrá el sol sobre algo diferente. Cualquier cosa. Sin embargo, es sólo una hoja de papel. Es decir, a menudo se subestima el coraje necesario para huir.

El día de la extinción

Pensaban que estaba en la universidad: en realidad, estaba en la biblioteca donde leía, escribía. No sabía entonces que toda mi vida se resumiría en estos dos verbos, hasta el punto de fundirse con ellos. » ¹

— F.H. Désirable

Había establecido que cuando las cosas salieran mal (de nuevo), me aislaría del resto del mundo. Es fácil, en realidad. Sólo tienes que apagar tus sentidos. Es como volverse en una muñeca, dejas que el cuerpo tome el control. Solía llamar a este tipo de estado la extinción. Pero un día, ya no pude soportarlo más. Tenía veinte años. Caminaba por la calle. Amanecía en una ciudad alborotada. Los niños corrían, los coches se precipitaban, era hora punta y yo, por dentro, me estaba muriendo. Un cuarto de hora más tarde, estaría de nuevo sentada en la escuela, aprendiendo algo que ya sabía para convertirme en alguien que no quería ser. De repente, el cielo se incendió y se me heló la sangre. Di la vuelta y por primera vez en mi vida, me atreví a faltar el pase de lista. Subí al coche y me puse en marcha. Era un largo viaje sin dirección, pero no la necesitaba. Encontré un camino de tierra — tema recurrente en mis textos — y me puse en marcha. Caminé tanto tiempo... Hasta que las lágrimas fluyeron y la rabia por vivir regresó.

¿Eso fue lo que me asustó entonces? Las extinciones, normalmente, las controlaba yo. Pero aquella mañana temí de no despertar nunca. De vivir para siempre encerrada en un cuerpo mecánico, capaz de moverse, de hablar, de funcionar normalmente pero vacío por dentro.

Así que me escapé. Elegí la vida y todas las consecuencias que ella conlleva.

El camino

Era una mañana envuelta en niebla. En fin, una mañana típica en el campo en Francia. A mi alrededor reinaba un silencio lúgubre. Parecía que en cualquier momento iba a aparecer una bruja de entre los árboles. Pensé en lo que iba a decir a mis padres cuando llegara a casa, pero después de varias horas de marcha, ya no importaba. Volví a ponerme los cordones de los zapatos, con barro en los dedos, y una vocecita me susurró: has vuelto a dejar los estudios. Era difícil no dejar el aparente fracaso confundirse conmigo.

Una crisis existencial es como una larga caída. Una caída que se toma su tiempo. Escribí un poema sobre ello. Como una hoja de otoño atrapada por el viento. Es cruel. Y en una mañana como esta, necesitaba respuestas. Así que decidí que a quien iba a perseguir a partir de ahora sería a Él, con mayúscula. Aquel con quien había hablado cada noche desde que era una niña, Él que me había guiado hasta aquí sin falta. Él que quería... ¿qué, exactamente, de mí? Suspiré. No hay que temer al frío, pensé. Y el hambre desaparecerá.

Cuando salió el sol, estaba en la cima de las colinas. La niebla se disipaba y las viñas se extendían ante mis ojos. Los perros ladraban en el fondo del valle y los árboles sacudían por última vez el rocío de sus ramas desnudas. Seguí el camino con la mirada hasta que desapareció bajo el horizonte. Ahí fue cuando lo supe.

Estar vivo

Las personas que entran en esta librería (metafórica) que es la vida son personas que se hacen preguntas. ¿Estoy loco? ¿Sirvo para algo? ¿He perdido realmente la cabeza? ¿O existe la más mínima posibilidad de que alguien, en algún lugar del mundo y a lo largo de los tiempos, haya tenido las mismas ideas locas que yo? La respuesta es . Estamos locos. Porque hay que haber perdido un poco la cabeza para decidir vivir — y no sólo existir. Y no, no estamos solos. En eso consiste la humanidad. Por eso necesitamos tanto los libros.

Así que este blog es eso, soy yo. El camino, el papel, las manchas de tinta en mis dedos, el viento en los árboles... No quiero que os venga a la cabeza otras imágenes cuando penséis en vuestra amiga. La hojita de otoño que, bajo los rayos de un sol dorado, se pregunta por qué cae. —


¹ : Un certain Mr. Piekielny, François-Henri Désérable, 2017, Éd. Gallimard.


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